En los tiempos que corren debemos dejar en claro que la incorporación de la tecnología a las determinaciones en el fútbol es absolutamente necesario. La idea de esta herramienta como vector de justicia recibió el beneplácito de los distintos ámbitos futboleros con la clara sensación que los arbitrajes se iban a perfeccionar y que ya no habría debates respecto de distintas jugadas dudosas.
En este contexto, se hace imprescindible remarcar que los europeos tienen un VAR profesionalizado, con chips, sensores que permiten una revisión milimétrica y que lleva el margen de error a su mínima expresión y por otro lado, hay una celeridad en la resolución de las jugadas donde también juega un papel fundamental la complejidad tecnológica.
No ocurre lo mismo en el futbol sudamericano y en particular, en Argentina. Los errores arbitrales tienen vigencia plena, las disputas por los fallos se han profundizado y la tecnología no solo es de dudosa calidad sino que la mano interviniente de quienes dirigen los partidos desde las oficinas también deja mucho para debatir entre líneas mal trazadas y criterios impares varios.
Hay manifestaciones de protesta que están teñidas de la política institucional y de la tradicional porque en este futbol nuestro entra todo en juego pero no podemos dejar a un lado que somos parte de un juego donde todo está sospechado, desde los nombramientos “direccionados” hasta cada uno de los fallos arbitrales. Por eso, el VAR se transformó en un elemento que promovió la esperanza de poner límite a las injusticias pero todo sigue igual o peor.
No obstante, vale rescatar la importancia del elemento tecnológico y no renunciar a la búsqueda de la optimización de los arbitrajes que hagan al fútbol más transparente y justo pero para eso será necesario maximizar las herramientas técnicas y, sobre todo, jugar con reglas claras y manos limpias, aunque sea mucho pedir.